El Ego: Ese Copiloto Asustado
El ego es como un copiloto asustado. Está ahí para ayudarnos a tomar decisiones que, desde su perspectiva, son las mejores para proteger el auto que manejamos: nuestro cuerpo, nuestra identidad, nuestro sistema.
Y aunque muchas veces lo señalamos como algo negativo, en realidad el ego tiene buenas intenciones. Su principal directiva es proteger. Cuida al individuo, al “yo”, como si de ello dependiera todo. Cree sinceramente que, si él toma el volante, estaremos más seguros.
Por eso insiste. Por eso levanta la voz. Por eso busca constantemente el control.
Cuando el ego toma el mando, piensa en singular. Piensa en sí mismo. Busca lo conveniente, lo cómodo, lo seguro. De ahí nace la palabra "egoísta", pero no como maldad pura, sino como una estrategia de defensa. Porque el ego no actúa desde la malicia, sino desde el miedo. Cree que protegernos es priorizarnos. Y desde ahí construye su lógica.
Por eso, cuando a alguien se le dice “egoísta”, suele doler. Porque, en el fondo, esa persona probablemente cree que lo que hace tiene buenas intenciones. Cree que está haciendo lo correcto desde su lugar, aunque no pueda ver más allá de su propio parabrisas.
El ego quiere tener razón. Le gusta la certeza, la verdad absoluta. A veces se apoya en datos, en ciencia, en argumentos sólidos… pero puede perder perspectiva. Puede confundir igualdad con equidad, justicia con uniformidad. (Como en aquellas imágenes del pastel dividido en partes iguales, o las personas viendo por encima de una cerca con cajas del mismo tamaño).
El ego teme al cambio y a la incertidumbre. Se aferra a lo conocido. Por eso divide, clasifica, etiqueta. Hombre o mujer, bueno o malo, correcto o incorrecto. Necesita poner todo en cajones que pueda entender y controlar.
Vive en la comparación constante. Juzga todo lo que ve. Mejor, peor, más, menos. Y dicta sentencias como si fuera el Director General del Universo. A veces se nota en frases cotidianas como “eso es bueno para ti” (en lugar de simplemente decir “me da gusto por ti”) o “esa película es malísima” (cuando en realidad se quiere decir “a mí no me gustó”).
El ego no vive en el presente. Habita entre el pasado que teme repetir y un futuro que intenta anticipar para evitar el dolor. Siempre alerta, siempre tenso. Porque esa es su función: proteger.
Y aunque a veces se vuelva ruidoso o controlador, no es nuestro enemigo. El ego es parte de nosotros. No es bueno ni malo. Es funcional. Es útil.
Me alegra tener un copiloto que me recuerde errores del pasado, que me advierta sobre riesgos futuros. Agradezco su intención de cuidado, aunque a veces tenga que decirle que suelte el volante.
Porque no estamos solos en el viaje.
También está la conciencia.
La Conciencia: La que Elige el Amor
La conciencia es esa parte de nosotros que no necesita defenderse. No tiene miedo. Porque no se siente separada. No se siente amenazada.
La conciencia no piensa en términos de uno solo. Piensa en términos de totalidad.
Es esa parte que se siente conectada a todo lo que existe. A la naturaleza, a los otros seres humanos, a las emociones que compartimos, al misterio que no podemos controlar pero que podemos habitar.
La conciencia no necesita tener la razón. No necesita ganar discusiones ni acumular pruebas. Porque sabe que la verdad no es una posesión, es una experiencia. Y que cada experiencia tiene su propia verdad.
Mientras el ego clasifica, la conciencia integra.
Mientras el ego etiqueta, la conciencia observa.
Mientras el ego juzga, la conciencia comprende.
La conciencia no responde desde el miedo, sino desde el amor. Porque elige confiar. No un amor romántico o idealizado, sino ese amor profundo que acepta lo que es. Que ve al otro como parte del mismo tejido. Que entiende que proteger no es aislar, sino cuidar desde la unidad.
Es desde la conciencia que sentimos compasión. Que dejamos de querer cambiar al otro para entenderlo. Que dejamos de reaccionar y empezamos a responder. Es la conciencia la que puede decir: “Sí, entiendo por qué tienes miedo… pero no voy a dejar que ese miedo decida por mí”.
Es la conciencia la que puede mirar al ego con ternura. Agradecerle su esfuerzo. Reconocer su necesidad. Y sin embargo, elegir otra cosa.
Elegir el presente. Elegir la conexión. Elegir el amor.
Porque en el fondo, el viaje de nuestra vida no es una lucha entre el ego y la conciencia. Es un acto de equilibrio. Es aprender a escuchar a ese copiloto que nos quiere proteger, pero sin olvidar que quien realmente ve el paisaje completo… es la conciencia.
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